Opinión

Educar para transformar la vida

Por: Jairo Torres Oviedo, Rector Universidad de Córdoba

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La educación tiene como propósito esencial, formar para transformar la vida de los seres humanos y su entorno social. Esta ha sido la preocupación desde el mundo antiguo, los Griegos centraron su reflexión y acción educativa en el principio de la Epimeleia (cuidado de sí mismo). Era necesario cultivar la dimensión interior del ser, lo que en teología definimos como el alma o espíritu a través de las virtudes; entendidas como hábitos permanentes convertidos en costumbres; ejemplo, la justicia, honestidad, valentía…

Además, el cuidado del cuerpo, en términos físicos; era el Ethos para pensar la educación como Paideia. Esta dimensión filosófica permite pensar la educación en su esencia en estos tiempos de individualismo. El presente muestra una complejidad social que demanda una educación reflexiva y crítica que trasciende por lo humano y sensible; es decir, una dimensión ética y estética de la existencia. Hace más de dos mil años, los griegos crearon la noción de Paideia, con la idea de concebir una educación para toda la vida, idea que ha tenido transformaciones como resultado de los cambios de comportamiento social de quienes son los protagonistas en educación; profesores y estudiantes.

En cuanto a la educación tradicionalista, estaba centrada en la moral; la función del maestro era garantizar su trasmisión y vivenciarla en la vida personal y social. En palabras del profesor Zygmunt Bauman, esta visión de maestro y estudiante es mucho más antigua que la era moderna que la inventó. Lo anterior, se evidencia con el proverbio chino que se anticipó dos mil años a la modernidad: “Si tu plan es para un año plantar arroz, para diez años planta árboles y para cien años educa a los niños”. Esta milenaria sabiduría ha perdido su valor pragmático con la entrada en los líquidos tiempos modernos. La sociedad líquida nos sitúa frente a unas nuevas realidades y formas de concebir la educación, la función del maestro y estudiante, no como algo absoluto; sino el reto de repensar todo el proceso educativo y sus actores en función de estos tiempos de incertidumbres. La sociedad líquida se legitima en la inmediatez, niega lo permanente, las lealtades en lo interpersonal e institucional, los vínculos afectivos; todo debe ser transitorio.

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En este sentido, si la vida premoderna o tradicional consistía en una práctica diaria de la infinita duración de todo; excepto la muerte, la vida moderna líquida es un ensayo diario de la transitoriedad. Los ciudadanos del mundo líquido descubren que no hay nada destinado a perdurar. Por consiguiente, la educación en un mundo líquido, para ser de calidad necesita propiciar la conciencia critica; para ello, necesitamos maestros que provoquen e inspiren; que, desde las aulas enfrenten la apatía generada por la distracción y el egoísmo de la cultura del entretenimiento; caracterizada por el narcisismo, hedonismo y Posverdad; donde sus miembros gastan el tiempo, no en el presente; sino en otro lugar, en mundos irrelevantes de las telenovelas, el futbol, reality, mitos y supersticiones. Estos son los nuevos dispositivos de control; los panópticos de lo que hablaba Foucault. Corresponde a los maestros y maestras de Colombia, repensar la educación y hacer de la práctica educativa una acción transformadora.

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