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La naturaleza nos pasa factura

Por: Marcos Daniel Pineda García.

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Si algo nos han enseñado los grandes desastres de la historia, es que los seres humanos somos impotentes cuando la naturaleza reclama lo que le pertenece. Viene a mi mente la famosa erupción del Monte Vesubio en el año 79 d. C. en Italia, que arrasó con Pompeya y Herculano, y otras ciudades que se habían asentado al pie del volcán, convirtiéndolas en la tumba calcinada de al menos cinco mil personas.

En las últimas semanas, hemos visto en las noticias la emergencia que viven miles de familias en 25 municipios de Córdoba y ocho de La Mojana sucreña durante esta temporada de lluvias, por cuenta de los desbordamientos de los ríos Sinú, San Jorge y Cauca, una historia que se repite cada año. Familias que quedaron sin nada por la irrupción de las aguas desenfrenadas, cultivos y ganado perdidos en su totalidad y la incertidumbre de tener que comenzar de nuevo sin saber cómo, son solo algunas de las imágenes que nos deja este desastre natural.

Pero, ¿qué tienen en común la tragedia causada por la erupción del Monte Vesubio y las inundaciones en Córdoba y Sucre? Sencillo: ambas fueron ocasionadas por la intervención antrópica en territorios que la naturaleza siempre ha reclamado como suyos. Levantar una población al pie de un volcán, en medio de un humedal o en la zona de escorrentía de un río, es un peligro latente para sus habitantes.

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La falta de planificación del territorio, el inadecuado uso del suelo y la invasión de humedales para levantar construcciones, no solo atentan contra la estabilidad de los ecosistemas, sino que también ponen a las comunidades a merced de las fuerzas de la naturaleza, un poder tan inconmensurable que todavía no somos capaces de contener en su totalidad, pese a los grandes avances de la ingeniería y a los miles de millones de pesos invertidos en obras para el control de inundaciones, que literalmente ‘se ha llevado el río’.

En Córdoba, por ejemplo, según el Plan de Gestión Ambiental 2020-2031 de la CAR CVS, fenómenos como la expansión de la frontera agropecuaria, la apropiación de tierras por parte de particulares en zonas de interés ecológico, los embalsamientos y la explotación forestal, han contribuido a desestabilizar la dinámica hídrica de los cuerpos de agua, ocasionando erosión de las orillas, socavación del lecho y disminución del recurso pesquero, sin que hasta el momento, se hayan logrado controlar las crecientes de manera eficiente.

No entiendo y lamento, que después de tantos episodios a lo largo de una historia llena de desastres, no hayamos aprendido que solo con planificación y una visión transversal de sostenibilidad, podremos priorizar y viabilizar las zonas que pueden ser habitadas, al tiempo que identificamos y protegemos aquellas que por sus condiciones ambientales, son epicentros visibles del eterno ciclo de la naturaleza.

Urge que desde el Gobierno nacional se generen proyectos de vivienda accesibles, oportunos y bien planeados en el tiempo y el territorio, no solo para reubicar a las miles de familias colombianas que hoy son damnificadas por las inundaciones, sino también para proveer de un techo a las personas que en busca de una mejor calidad de vida, terminan estableciéndose en terrenos de nadie, sin medir las consecuencias que puede haber cuando la naturaleza decida pasar factura.

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