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Nuevas formas de trabajo

Por : Jorge Fernando Córdova

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Una de las pocas cosas buenas que ha dejado la pandemia es la aceleración que propició en diferentes formas de trabajo, de acuerdo con el ritmo del inicio del siglo XXI y de la convivencia de una serie de generaciones que, al estar más informadas, quieren hacer las cosas de forma distinta, y el empleo es sin duda una de las más apremiantes.

Por cuestiones sanitarias tanto empresas como congresistas comenzaron a tomar en serio las modalidades del teletrabajo, trabajo en casa y trabajo remoto, pero ninguno de estos grupos lo hicieron por convicción, sino por necesidad y el criterio de empleados y trabajadores quedó relegado a pesar de son ellos en donde se centran los efectos. Analicemos cada forma.
Se entiende por teletrabajo es que es realizado con alternancia entre el lugar de trabajo y la casa del empleado; trabajo desde casa es cuando se labora desde la residencia de manera temporal por cuestiones apremiantes y trabajo remoto es cuando se trabaja desde casa siempre y sin mediar alguna condición especial. ¿Pero en que consiste cada una?
Todavía esta la creencia arraigada de que trabajo es sudor, al intelecto todavía no se le da el valor que merece, además de que los empleadores consideran que es necesaria la vigilancia para que haya productividad, como si eso significara la subordinación. Al empleador le interesa el avance en tecnologías que reemplacen la mano de obra, no en formas de trabajo distintas a las tradicionales, sólo la pandemia los obligó.

Desde el ámbito del empleado es bueno preguntarse si el rendimiento depende del entorno o si por el contrario el trabajador es lo suficientemente responsable y profesional para rendir con compromiso si está por fuera de la rigidez de las oficinas. Lo que es irrefutable es que hay un sinnúmero de estereotipos de los oficios que se cree que estas labores no pueden desarrollarse de una manera diferente ni en sitios a los ya conocidos. Sí, somos conservadores prácticamente en todo y la explicación no se limita a una renuencia al cambio.

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Un patrón preocupante es que alguna de estas tres formas de trabajo es sólo permitida en ciertos cargos y profesiones, y los argumentos puede parecer contradictorios. El oficio es de baja complejidad y no requiere mucha supervisión o este “premio” sólo puede ser para la elite ejecutiva. Todavía no hay conciencia de lo revolucionario que sería descongestionar los lugares de trabajo.

No podemos dejar de lado que la relación de mando se hace evidente y satisfactoria si se ejerce de manera presencial, los trabajos remotos nivelan las cargas y les dan a las organizaciones una postura más horizontal, aunque formalmente sean piramidal. El tema sea hace más álgido cuando el contratante cree que el trabajo por el hecho de ser remoto debe tener una remuneración menor, un efecto que podría ser generalizado si más puestos toman esta forma.

En definitiva, la normatividad vigente es bien intencionada pero no efectiva porque se hizo con la base de que había que trabajar en pandemia y muchos de esos trabajos se podían hacer desde casa, y no por considerar que trabajar desde casa podría llegar a ser tan bueno que se diera fruto a externalidades positivas como un mejor tráfico y calidad del aire. Un grueso de la mano de obra desconfía también de una labor remota porque cree que el hogar es un distractor o que estar por fuera de la empresa es estar expuesto a un despido por falta de roce.
Si hay tanta resistencia como trabajar en inicios de siglo, entonces no estamos preparados para que el trabajo sea remunerado en proporción a la generación de valor y no por la asignación jerárquica. El mundo cambia y es necesario, pero las condiciones decrecen y esto también es ineludible para el que cree que el trabajo es un favor.

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