Opinión

La teoría de la cebolla

En psicología se le llama teoría de la cebolla a las relaciones humanas que van desde lo más superficial hasta lo más cercano del sentimiento a través de diferentes capas, entre más afinidad hay, más capas son superadas. La historia violenta y política de Colombia puede asemejarse con esta planta que también nos saca lágrimas como lo hace la situación del país.

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Desde los tiempos de la patria boba estas tierras han demostrado que su clase dirigente nunca ha tenido como prioridad los intereses populares, algo que no resultaría tan raro si tuviéramos presente que nuestra gesta libertadora fue de las elites criollas con el auxilio del pueblo, es decir, no fueron iguales ni en la lucha contra el imperio español.

Seguidores de Bolívar y Santander enfrentados por la visión administrativa del país, inicialmente los conservadores iban con el venezolano y los liberales con el cucuteño. Tiempo después las preferencias se intercambiaron, pero como dijo Gómez Hurtado, “Colombia es un país conservador que vota liberal”. El coronel Aureliano Buendía sólo fue una hoja que se resistió al otoño.

Gaitán quiso ir más allá, pero la potencia de su verbo sólo podía ser truncada por la cobardía de quien usa balas ante la diferencia y el argumento.
La clase dirigente ya daba visos que los separaba sólo la forma, pero compartían el mismo fondo. Muestra de ello fue el frente nacional, que trajo una aparente paz partidista, pero terminó siendo una repartija burocrática que desconocía expresiones sociales y políticas por fuera de los azules y rojos.

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A diferencia de lo que se cree, las primeras guerrillas colombianas eran de origen conservador (no eran liberales y mucho menos comunistas) y campesinas. Guerrillas como las FARC nacieron luego de que campesinos liberales eran asesinados por conservadores con la anuencia de los gobiernos de turno. Los chulavitas y los pájaros (tiempo después llegaron sus hijos, los paramilitares) hacían el trabajo cruento y sistemático que los señores de corbata dirigían.

El M19 nace del triunfo totalmente sospechoso del godo Misael Pastrana, padre del también presidente Andrés Pastrana y por el descontento que tenían unos jóvenes de las FARC por la postura dogmática de sus dirigentes. Esta guerrilla tuvo una forma urbana inspirada en los Tupamaros de Uruguay y gozó de gran aceptación en las clases populares y la intelectualidad. Tan es así, que su lista fue la más votada para la constituyente del 91, carta política llena de beldades normativas que han estado lejos de ser aplicadas.

Uribe, el liberal que terminó siendo tan godo como Laureano, leyó tan bien al país que de una silla vacía sacó el discurso más demagógico, pero igualmente efectivo para arrasar las masas tras él por unas dos décadas. Petro, el inteligente orador que cree que Simón, Uribe Uribe y Jorge Eliécer viven en él, ha sacado la narrativa para hacerle frente al señor del Ubérrimo, recordando hasta la saciedad que el perenne problema de Colombia es la tierra.

Realistas y patriotas; bolivarianos y santanderistas; conservadores y liberales; uribistas y petristas. ¿Cuántas capas le faltan a esta fratricida cebolla?

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