Por Julio Manzur Abdala
¡50 años! Sí, después de 50 años de amar y cultivar la tierra con enorme ilusión, ver surgir de sus entrañas poderosas las plántulas de algodón, verlas crecer, mirar al cielo en busca de nubes que derramen su lluvia o de pedir al Señor que no siguiera lloviendo, de ver surgir la mota blanca, de observar a los recolectores de algodón llenar sus sacos e ir a pesar el producto de su arduo trabajo y compartir con los rostros alegres de aquellos amigos del campo, decidí, en un diálogo interior decirme: adiós viejo algodonero…adiós. Una tristeza inmensa me embargó y unas lágrimas acompañaron mi impotencia, quería continuar con esa vocación feroz, heredada de mi padre, pero las circunstancias adversas del cultivo pusieron freno a los deseos de mi corazón.
Con la cosecha del oro blanco en 2019/2020, apagué mis luces de algodonero y, como los viejos toreros me corté la coleta, no hubo aplausos en el ruedo.
¿Quién te derrotó, qué hizo que un amante del cultivo de algodón se retirara de esa actividad? — me preguntan amigos y periodistas –.
Mi respuesta les causa asombro: un pequeño coleoptero, un diminuto gorgojo de entre 4 y 8 mm, portador de un pico oscuro y corvo, con el cual realiza graves daños en las estructuras de la planta, botones, flores y cápsulas del algodón se ven afectados por su voracidad. A ese diminuto enemigo lo llamamos Picudo del algodón, (Anthonumus grandis), él, acabó con mi sueño de morir siendo cultivador de algodón.
Esa plaga terrible, ese minúsculo gorgojo copó gran parte de mi tarea parlamentaria y aún después de salir del congreso me persiguió su persistencia; se me rajaron los labios de solicitar a cuanto ministro de agricultura y director del ICA llegara al gobierno en todas y cada una de las reuniones del sector solicitando que dentro del manejo y control integrado de plagas, se le diera un tratamiento especial al picudo, control cultural a través de trampas cebadas con feromonas sintéticas, que permitieran disminuir la población del picudo en la región, pero, en solo una oportunidad se hizo con seriedad institucional y firmeza. Como quiera que aquí las buenas prácticas no se repiten, no se le dió continuidad al programa de su erradicación total, el cuál ha tenido éxito en otros lugares del mundo. No me pregunten el porqué sucedió ni la razón para dejar a los agricultores solos y sin defensa contra el pico del picudo, eso llevó el cultivo a su sepultura y, a mí, a perder mi pasatiempo favorito. No tuve paciencia, lo reconozco, para esperar que la próxima cosecha fuera mejor…aún así, debo reconocer que mi pasión por seguir siendo algodonero, aún guarda su pulso.
Hoy, ya es un poco tarde, el diminuto coleoptero, destructor sin control, ha hecho evolución y habita en nuevos hospederos, el picudo se ha transformado también en plaga y amenaza del cultivo del maíz, espero que no con tan peligrosas afectaciones como en el algodón, de ocurrir apague y vamos.
Vivo convencido de que la suerte del productor algodonero hubiera cambiado de forma radical si la atención del gobierno se hubiese identificado con las necesidades del sector, así era mi sueño, así murió mi sueño.
Mi solidaridad y afecto sigue siendo expresa con los valientes algodoneros que todavía mantienen la esperanza en ese cultivo que está incrustado en la historia económica y social del departamento y en especial en Cereté. Llega mi palabra a los trabajadores del campo que con su sudor crean riqueza, con su trabajo llevan pan a sus hogares y, llega a los hermanos agricultores quienes a pesar de las dificultades y el abandono ancestral, no han desertado de su labor en los tiempos duros que hoy nos abrazan. Llega mi escrito agradecido a todos los pioneros, que a través del algodón, lograron que Cereté fuera nominada “La Capital del Oro Blanco”. Recuerdo que ser productor de esa valiosa fibra era un honor, una respetable y orgullosa forma de hacer plata y generar mano de obra informal y calificada, una manera de ver la vida con optimismo y alegría, tanto así que se logró realizar durante décadas, reinados populares y nacionales del algodón; las grandes Orquestas dedicaban canciones en porros, cumbias y merengues, a nuestra tierra, he aquí una de Los Hermanos Martelo: “Yo le dedico éste lindo porro al bello pueblo de Cereté/ para que bailen los cereteanos las cereteanas y lo baile usted/ todo el que llega es bien recibido porque querer es su tradición y sus mujeres que son tan bellas como palmeras que miran el sol”… doce compositores más nos alegraron el alma con sus canciones dedicadas a la tierra del Oro blanco. Tiempos de gloria algodonera y economía pujante.
Hoy el maíz es el rey de los campos cereteanos, pero con una gran amenaza, la de constituirse en un monocultivo, con los peligros que se ciernen cuando no se alternan las cosechas, presentando resistencia a plagas y enfermedades que disminuyen la producción y la rentabilidad de los cultivos.
Ni ayer ni hoy, supimos tejer los hilos de integración entre la industria y el productor local, ese eje que genera empleo, bienestar y permite un mercadeo estable y con precios de cosechas agradables al agricultor.
Tampoco hemos sabido levantar la voz para exigir el precio justo de los insumos agropecuarios, como bien se logró con las medicinas humanas.
Estamos a la espera de que el Congreso de Colombia le de trámite y apruebe el Proyecto de Ley número 548/2021C, de la autoría del Representante Wadith Manzur Imbett, “Por medio del cuál se crea un régimen de control al precio de los insumos agropecuarios en el territorio nacional”. Controlar el precio de productos de origen natural, biotecnológico o químico, utilizados para la producción agropecuaria es una acción urgente, que seguro estimulará al productor del campo colombiano y generará la expansión del área agrícola, al hacernos más competitivos. Desearíamos que los gremios de la producción se pronuncien apoyando la iniciativa, hasta ahora guardan silencio.
Mayo del 2021.