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Recuerdos de mi pueblo Cereté: La Ruleta del Humor

 

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Por: Julio Manzur Abdala

Personajes de mi pueblo que hicieron historia más allá de la mitad del siglo 20, todos mucho mayores que yo, son los protagonistas de este gracioso escrito. Hoy, ellos reposan silenciosos pero recordados con cariño, en sus tumbas, por familiares y amigos, a ellos y a mis paisanos extiendo mis recuerdos para llevar a los lectores esta historia de la vida real, cargada de sonrisas del ayer que busco extender al presente, con la satisfacción de perpetuar algunos de esos momentos .

Luis Cabrales “Macapé”, Toño Cueter, dos hombres de un genio fuerte, Octavio Padrón y mi compadre Miguel “el Policía” Camargo, entre otros, tenían la aplaudida costumbre de poner juego de ruleta en muchas temporadas, pero especialmente en Semana Santa.

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Compartían el gusto por ese juego que se iniciaba con un par de golpes secos de un madero en forma de regla T, usado para indicar que la bolita redonda estaba girando en la ruleta o que se había detenido en el número ganador, con esa T, se recogían las apuestas y se determinaba el momento en que los jugadores no podían hacer nuevas apuestas, mientras el croupier organizaba las fichas en el tablero gritando a todo pulmón, “fuera e’mano”, “fuera e’ mano”… con ese girar de la bolita buscaban los dueños de la ruleta “dejar limpios” a los marranos que voluntarios llegaban de Montería, Lorica y Sincelejo, a jugar con la suerte, en medio de un mar de licor, respeto y camaradería.

La historia no la viví por tener su origen por allá en los años 50, pero la he gozado una y otra vez y mi sonrisa es cada vez más expresiva cuando la he tenido que relatar y, hoy no es la excepción.

Para esa Semana Santa, del relato, había llegado a Cereté, un nuevo Comandante de Policía, proveniente del Valle del Cauca, de apellido Caycedo, quien se proclamó enemigo total de los juegos de azar y, en sus batidas policiales había decomisado las ruletas, unos cilindros de madera en cuyo interior se encontraba el disco giratorio que contenía una superficie cóncava, en donde, de manera dividida reposan los cuadros que indican los 25 números de la ruleta, se llevó como aquel barco pirata de Escalona, las ruletas y sus respectivas tapas de zinc, solo dejó los paños verdes en los cuales estaban marcados los números del 1 al 24 en negro y rojo y el número cero en blanco; con lo que no contaba el comandante, era que la malicia indígena – árabe de mis coterráneos, iba a derrotar sus ansias por evitar que se jugara aquel apasionante juego de azar.

Me contaban mis amigos Abraham y Julio Saker, Alfonso Spath, Álvaro Lengua, Mañito Guzmán, Alejandro y Cristo Saibis, El Papi Padrón, El Fulo Esquivia, Mauricio “El Moris” Barguil, Luis Hierro, Miguel Assis y uno de los personajes centrales de esa historia real, El Lolo Bustos, que un Sábado de Gloria, desesperados por jugar, decidieron ir a poner la ruleta a Ciénaga de Oro, porque en Cereté no era posible.

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La abstinencia producida por el estricto control policial, atrajo jugadores de todas partes y cuando moría la tarde aquella casa de palma del vecino municipio estaba que no le cabía un jugador más, estaban todos los arriba mencionados y uno que otro pato que andaba con ellos y que practicaban la noble causa del rebusque mientras atendían, entre mamadera de gallo y palabras amables, a los importantes jugadores quienes se acomodaron a lo largo de aquella larga mesa de tapete verde que vería correr la suerte, buena para unos pocos y, mala para muchos. Más tarde se amontonarían para apostar respetando siempre a las personalidades. Ah, se me olvidaba mencionar al personaje central de este artículo: El Ñato, sí, Juancho el Ñato, que a su vez era compadre de sacramento del Lolo Bustos y compañero de andanzas y de los gustos y caprichos de ese grupo de amigos cereteanos.

Un grave problema amenazaba aquella tarde de licor, viandas y pasión por el juego: no existía ruleta para hacer girar la bolita y así poder determinar el número ganador; la noticia fue anunciada con voz de tragedia y, un largo silencio ocupó la casa, me contaban que hasta la respiración se acabó por completo.

Pero allí estaba el oportuno Julio Saker, con su humor siempre despejado fue el encargado de generar la solución que a todos los hambrientos por el juego les pareció espectacular: encierren al Ñato en un cuarto y cuando las apuestas estén sobre el tapete y el croupier (el encargado de recoger y pagar las apuestas), diga fuera, fuera e’mano, el Ñato canta el número ganador, dijo Julio…una pausa eterna, luego entre risas, tragos y aplausos; la idea tuvo su parto feliz.

Hagan sus apuestas señores, hagan sus apuestas se escuchaba la voz del croupier animando a los jugadores que ya estaban tan prendidos por el alcohol, como aquellas lámparas de keroseno que iluminaban el ambiente, puesto que en Ciénaga de Oro para ese tiempo la luz eléctrica era incierta. El licor era gratis brindado por los dueños de la ruleta, lo regalaban con el deseo de animar a los presentes y acabar con ese miedo que en algunos les produce la posibilidad de perder, entre brindis y brindis se escucharon los primeros golpes del mazo T, tan, tan, seguidos del grito fuera e’mano, fuera e’ mano del croupier. Canta bolita, canta, se dejaba oír en las gargantas de los presentes a fin de animar al Ñato, que encerrado en otra habitación, esa noche y solo por esa noche, sería la Bola de la Ruleta, así, aquella mágica esfera de 16 centímetros de diámetro construida de melanina inyectada a presión que se asemeja al mármol, encontró su reemplazo; una y otra y otra vez, en la voz ñata del Ñato se escuchó: veinte negro, tres rojo, catorce negro…y a cada número cantado se dejaba oír la voz alta de un hombre mono – colorado, de ojos claros, a quien se recuerda como El Lolo Bustos, compadre de aquella bolita de carne y hueso, El Lolo al principio animaba a su amigo y compadre: juega bolita, juega bolita, juega… ese mismo Lolo, rato después al no ganar una sola apuesta se le oía vociferar : Ñato H.P, Ñato malp… ñato &*&@…ñato degenerado ñatooo…y cuanto epíteto grosero se le ocurría para insultar a su compadre, esa bolita que no cantaba el Ocho negro, al que siempre “copaba” Lolo, jugada tras jugada ya desesperado y enfadado ya que el Ñato conocía muy bien cual era el número que siempre apostaba el Ocho negro, pero este no salía de la boca de aquella bolita mágica.

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Pasado un tiempo, Lolo ya levantaba más y más la voz y nada que el ocho sonaba, en medio de su ira sorda oía el no va más, del croupier y, el golpe del mazo que estremecía el paño de la mesa una y otra y otra vez y, nada del ocho, empezaba a odiar aquella traicionera garganta ñata.

Cuando el Lolo ya estaba casi limpio, luego del tradicional par de golpes sobre el tapete y el no va más, fuera e’ mano, se escuchó la voz gutural y distorsionada por su ñatera de nacimiento diciendo: ¡Ocho negro… ocho negro don Loolooo, gritaba el Ñato! La apuesta le fue cancelada al afortunado ganador, y una sonrisa maliciosa se dibujó en la boca del Lolo Bustos, el cual se aplicó un trago doble premio a su insistencia y, como si presagiara el futuro, se le oyó la voz muy fuerte del feliz ganador mientras cargaba de fichas su número de la suerte, al tiempo que era secundado por muchos otros jugadores quienes aumentaron sus apuesta sobre aquel ocho de negro color: — repítelo bolita, repítelo bolita, repíteloo … vociferaba esperanzado en su compadre, repíteloo. — No va más, no va más…gritó el croupier mientras azotaba la mesa — y como por encanto los presentes escucharon la voz del Ñato, voz que por su fortaleza hizo estremecer aquel lugar: — Ocho negro…ocho negro repetido… repetidoooo…está corta’o don Loolo, está corta’o…

Los dueños de la ruleta destrozaron la puerta detrás de la cuál se encontraba feliz y sonriente aquella bolita humana y a golpes le borraron la sonrisa y la felicidad, un diente saltó a la escena y unas gotas de sangre brillaron en el piso y, solo la pronta acción de los presentes pudo impedir la tremenda paliza.

Nunca más aquella ruleta humana volvió a funcionar, pero en la memoria de mis amigos de Cereté, por años y años quedó viva la historia del día en que una exquisita ocurrencia cambió las reglas del milenario juego de la ruleta, yo simplemente busco no dejarla morir.

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Semana Santa del 2020.

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