Córdoba

Alejo Durán, 29 años después de su muerte

Por Gudilfredo Avendaño Méndez

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Planeta Rica (Córdoba). El escritor cordobés José María ‘Chema’ Vergara, asegura en su libro Alejo Durán (1989), que para conocer la vida de este juglar del vallenato, habría que coleccionar en orden cronológico todas sus canciones. Sin embargo, muchos son los recuerdos que aún permanecen intactos en la memoria de amigos y familiares del Negro Grande del Acordeón, quien, este 15 de noviembre, cumple 29 años de fallecido.

En Planeta Rica (Córdoba) vivió por más de 30 años y en el camposanto del pueblo reposan sus restos, donde muchos amantes de su música visitan con frecuencia.

Su manera de tocar el acordeón y su voz pausada y grave caracterizaron sus canciones, que contenían historias de amoríos y anécdotas vividas a lo largo de sus 70 años. Mi pedazo de acordeón, Fidelina, La cachucha bacana, 039, Alto del Rosario, y El verano son parte de su repertorio inmortal.

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Su infancia en El Paso (Cesar) estuvo rodeada de música de tambores, y ya en la adolescencia mostró su gusto por el acordeón, que combinaba con trabajos de vaquería, a los que se dedicó desde pequeño.

Su hijo Gilberto Alejandro Durán, quien heredó su vena musical, recuerda al padre y al músico. Del primero dice no tener sino agradecimientos por la crianza y el legado. Aunque mujeriego nunca dejó hijo sin atender. De los 24 conocidos, ninguno ha expresado resentimiento por la falta de manutención en la crianza.

“Me conozco con mis 23 hermanos reconocidos, y aunque no vivimos todos acá en Planeta Rica, siempre nos ha unido el amor y la admiración por nuestro padre”, dice ‘Alejandrito’ como es conocido en su natal pueblo.

A pesar de sus años, 62 cumplidos, ‘Alejandrito’, sus 23 hermanos y la viuda Gloria Dussán, reciben cumplidamente el dinero que por concepto de regalías dejó el primer rey de la leyenda vallenata (1.968).

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Al referirse al músico, hace una pausa y rebusca en su mente el glosario de palabras para dar el calificativo perfecto para su padre.

“Fue un negro grande, no solo en estatura sino también en su saber de la vida y la música”, relata.

Lo considera el mejor ejecutante del acordeón de la historia. Los bajos agudos y estremecedores siempre fueron su principal carta de presentación, y aunque han habido intentos, ninguno ha podido igualar los bajos de profundidad, dominante, de complacencia y consecuente que adornaban y hacían únicas las interpretaciones de sus canciones.

Compositor, cantante y arreglista, siempre mantuvo su acordeón en el pecho durante sus presentaciones y grabaciones. Tan solo en el año 1964, durante la grabación del LP “Canto a la Sabana”, permitió que su gran amigo El Mono Campillo, tocara el acordeón mientras él cantaba la canción Corazón Herido.

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Otra de sus principales características fue su sombrero vueltiao, el cual solo se quitaba cuando estaba de descanso en su hogar.

“Era una de las prendas más importantes cuando se vestía, incluso no permitía que le tomaran foto sin su sombrero vueltiao”, comenta su hijo.

La visita a USA

El viaje a Estados Unidos se dio días después de que a Durán lo coronaron primer Rey del Festival de la Leyenda Vallenata en 1968. Se presentó en el Madison Square Garden de Nueva York, estrenando el triunfo del que se constituiría después en el gran concurso musical del folclor costeño.

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El día de la actuación, antes del concierto, los cuatro músicos salieron con Durán a conocer los rascacielos de la capital del mundo. Alejo iba exhibiendo orgulloso su inseparable sombrero vueltiao en medio del bullicio de transeúntes y vehículos en la Gran Manzana. De repente una gringa se le acercó y le pidió tomarse una foto con ella, atraída tal vez por la estampa de aquel moreno al que no dejaba de admirarle el sombrero elaborado por los indios zenúes de Córdoba.

Como buen mujeriego, Durán no perdió la oportunidad de coquetearle a aquella mujer de ojos azules y cabellos rubios. Hasta le pidió que regresaran juntos a Colombia; pero ella, quizás sin entender una sola palabra, le respondió con una sonrisa, le dio un beso y se marchó.

Esa misma tarde, un colombiano residente en E.U. lo reconoció y, al igual que la gringa, le pidió fotografiarse con él.
“Él siempre fue el mismo, y jamás permitió que la fama se le subiera a la cabeza”, comenta su hijo Alejandrito.

Muestra de ello fue que a todas sus presentaciones musicales las consideraba igual de importantes; y por eso después de actuar en el Madison Square Garden, no tuvo reparos para tocar en un pueblo recóndito de Bolívar, llamado Pasacaballos.

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Allí un nativo de esa zona le pidió a su familia, como último deseo antes de morir, que el conjunto de Alejo Durán tocara en su sepelio.

Por compromisos adquiridos con anterioridad, Durán no pudo cumplir la voluntad del finado, pero sí participó en una procesión donde los habitantes de Pasacaballos, pueblo sumido en la pobreza y en medio de barrizales, acompañaron a los músicos, quienes tocaron montados en bestias. “Este toque fue gratis porque a los muertos no se les cobra”, dijo Alejo Durán a sus compañeros del conjunto al final de la ceremonia.

La última parranda

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Ocurrió el 11 de noviembre de 1989, cuando fue invitado a tocar en el Festival de Acordeoneros y Compositores de Chinú (Córdoba), que sería su actuación final.

Horas antes del toque, el médico Omar González Anaya, amigo de Durán, le recomendó mantenerse en reposo debido a su delicado estado de salud.

Sus compañeros del conjunto asumieron como suya la recomendación, pero Alejo, no. “Usted sabe que el toro bueno muere en la plaza”, respondió Durán ante la inútil súplica de su guacharaquero José Tapias (Q.e.p.d.), para que permaneciera en casa.

Dos días después de aquella presentación fue internado en la clínica Unión de Montería, donde el 15 de noviembre de ese mismo año falleció a causa de la diabetes.

Su cuerpo fue despedido en Planeta Rica por una multitud que lo aclamó como Rey de Reyes, por fuera de las competencias musicales.

Gloria Dussán fue la última de las tantas mujeres que tuvo y quien le concibió 3 de los 24 hijos que engendró. De origen campesino, esta cordobesa se enamoró de sus canciones que eran más que coqueteos. En su casa de Planeta Rica se observan los cuadros, placas y reconocimientos que recibió el maestro durante su carrera musical.

Muchos de sus fieles seguidores en Planeta Rica aseguran que cuando el silencio embarga el camposanto donde reposan sus restos, se escuchan las notas de canciones como ‘Fidelina’, ‘Alto del Rosario y la preferida de Alejo, ‘Rosario’, una canción que no tuvo mucho eco en las emisoras ni en las tarimas, pero sí un significado muy especial para Durán, porque estaba dedicada a una joven a quien conoció en una de sus travesías por Chiriguaná (César), y con quien tuvo un amorío fugaz.

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